miércoles, abril 19, 2006

Primer año de pontificado de Benedicto XVI

Hace exactamente un año estábamos muchos católicos pendientes del cónclave cardenalicio para saber quién iba a suceder a Juan Pablo II el Magno. Recuerdo que, al tener yo pocos años cuando se eligió a Karol Wojtyla, estuve los pasados 18 y 19 de abril de 2005 pendiente de los acontecimientos. Todo era nuevo para mí. Y sentía una especial emoción durante el transcurso de las votaciones. Fumatas negras, tristeza y seriedad. Rostros compungidos pensando en quién sería el Papa tras el enorme Juan Pablo II. Fue, empero, una elección rápida; a la cuarta votación ya se había elegido Papa: ¡humo blanco! Al comienzo de la tarde del 19 de abril del año pasado las campanas de Roma saludaban al nuevo Papa, del que se dice solicitó una votación adicional de confirmación. ¿Quién sería? Yo personalmente no me vi sorprendido por su elección, ya que era una de las personas de mayor relevancia de la estructura eclesial durante el papado de Juan Pablo II, aunque reconozco que me hubiera hecho mucha ilusión un Papa español.

Joseph A. Ratzinger, alemán, teólogo brillante, hombre sencillo y conocedor del nazismo, eligió el nombre de Benedicto XVI. Para mí fue una sorpresa esa elección, pues no me la esperaba. Benedicto XVI no es un Papa viajero, como lo fuera su predecesor, si bien ya rindió honores a su ciudad natal, Colonia, en su primer viaje apostólico fuera de Italia. Y dentro de poco le veremos en Valencia, en el V Encuentro Mundial de las Familias. Espero personalmente uno de sus grandes discursos durante esa reunión. El Papa Benedicto XVI, que ya se ha hecho un hueco en nuestros corazones, se ha caracterizado en este primer año de pontificado por la firmeza de sus declaraciones, entre las que se incluyen condenas al nazismo y al comunismo y contra el aborto. Porque Joseph A. Ratzinger es un excelente orador y escritor, como demuestra su encíclica Dios es amor, donde podemos leer cosas de elevada importancia:
«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.
En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás.
El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. A este respecto, nos encontramos de entrada ante un problema de lenguaje. El término «amor» se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.
La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética. Así, pues, el Estado se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora.
Merece la pena leerlo con detenimiento. Felicitémonos todos por este primer año de pontificado de Benedicto XVI.

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